En el ADN Swing Bar todo está dispuesto para las criaturas de la noche marginal que tarde o temprano habrá que llegar: Presto atención a las parejas que van llegando, acusando en sus reseñas narraciones consonantes al de Sanjuanito y Eignna mis anfitriones. Llegan sin bullicio, más bien callados, suben las escalinatas y se pierden en la media luz. No hay ni supermodelos, ni representantes del cine porno, ni cuerpos moldeados en gimnasio. Es gente común, cualquiera, sobre todo se ven como profesionales jóvenes de los que uno se tropieza en cualquier panadería de la ciudad. Ahí está el sobrepeso circunspecto de la gran ciudad, puede ser el calvo de al lado de nuestro cubículo, el señor Martínez vecino del frente, personas que en cualquiera otra atmósfera de esa loca urbe no se le estaría ocultando al resplandor de las luces. Otros asumen menos reservas; le dan la mano a Sanjuanito y ellas lo saludan de beso. Algunos se desgastan en la barra hablando de política y vainas de ese tipo. En un principio no se insinúan sombríos propósitos. A esta hora, pasadas las nueve de la noche, la escena del sexo de intercambio solo está alojada en un lugar oculto de mi trastienda intelectual. “No olviden que este es un bar swinger, donde pueden sentirse libres y menearse desinhibidamente, donde pueden danzar sin blusa, sin brasier… anuncia el animador por el megáfono de la pista de baile”. La supermodelo de las sombras es un desafío con sus curvas pronunciadas. En los merengues vertiginosos es una licuadora en alta revolución. En las canciones más suaves se menea con intencionada consonancia, alcanzando al extremo la incitación, pasándose una mano por un par de senos firmes y luego por sus nalgas redondeadas. Prospera la noche y la sombra deja ver fugaces frecuencias de lo que allí acontece. Algunas parejas intercambian perpetuos besos, como quinceañeros que se abandonan en los rincones de teatros atardecidos. Otras, indudablemente, están entregadas a mamadas en grupo. Un hombre mayor, de majestuosa cabellera blanca, entra en calor con la hermosa joven que lo acompaña. Obviamente la operación final -ese acto en que el héroe frenético penetra a los espacios del enemigo- no ha comenzado. Mientras tanto conversamos con las parejas. Cada cual tiene su cuento. El argumento de Chamo y Mona, un matrimonio de indiscutible exquisitez y que visten como europeos, la meneada en este mundo empezó hace tres años, en Miami. En el día del cumpleaños de él, ella se presentó con un presente sensaciónal. No era el perfume de todos los años, ni la usual corbata de Hermès. No. Era una chica, una cubana de uno con setenta que, según Chamo, se parecía a Catherine Zeta Jones. Ya ellos habían conversado de la eventualidad de una tercera y así fue. A Mona se le encienden los ojos cuando conmemora con entusiasmo la noche en que dejó de ser la única mujer de la cama nupcial. Desde aquel momento, cuando estuvieron en Miami Velvet, emprendieron visitas a bares swinger. Lo han hecho a lo largo y ancho de todo el continente y es la única pareja del ambiente que ha estado en el afamado bar swinger Les Chandelles de París. A su vez, Odiseo y Terrana, uno y otro abogado, cuentan que se inquietaron con el tema a través de internet, hoy por hoy transformado en paraíso virtual del ámbito swinger. Tan pausado fue el asunto para ellos que persistieron cuatro viernes parqueando frente a la fachada del bar, sin resolverse a entrar. Cuando por fin lo descubrieron, e ingresaron al cauce de la franca sexualidad, su vida dio una vuelta. “Nos volvimos más virtuosos, más consistentes en nuestra relacion”, me cuenta Odiseo. “La eventualidad de ser desleales con la infidelidad dejó de ser un factor de conflicto”. Pero hay una raya que Odisea y Terrana aún no ceden: han tenido relaciones suaves con otras parejas, besos, caricias entre mujeres, pero nunca han alcanzado el punto más caliente de la sexualidad swinger, ese en que ella tiene sexo con el otro. Terrana, alta, distinguida, de fina fragancia, dice que aún no está dispuesta. Oigo también historias de otras fuentes del bar. Una amiga de mi amigo Sanjuanito -con esa pericia que siempre tienen ciertas damas para cazar fabulosas patrañas- me comenta que en el fin de semana pasado hubo revuelo por una dama, de unos cuarenta años, que hizo el amor con seis tipos en una noche. Le traslado la desvergonzada historia a Sanjuanito, y me dice que no tiene problemas con la historia, tuvo sexo o tiró con seis tipos, pero no hizo el amor. Hacer el amor es solo para nosotros, es un término de pareja, un hecho de amor, Por supuesto que el termino es inadmisible cuando nos relacionamos con otras parejas y personas”. ¿Censuras morales a que la chica se haya tirado a un conjunto de baloncesto, con el técnico incluido? “Mi dictamen es de acatamiento y perspicacia. Si ellos estaban lo habían convenido, y lo concibieron de forma segura, no veo ninguna complicación”, me expresa Sanjuanito. Ya es casi medianoche y el sexo ha dejado de ser aquel asunto discreto. Sea ‘Orgasmo de chocolate o aguardiente mondo y lirondo, el licor ha empezado a exaltar la sangre y la gente se ha ido desenganchando de sus trajes rígidos. Algunas parejas son ahora un solo bulto en la penumbra, mientras que otras se han relajado en simpáticas charlas con los vecinos de mesa, una plática apasionada y con futuro prometedor. Se está proporcionando allí la formalidad del mundillo swinger: la dama a la que definitivo no le gusta el caballero de la contraparte y se lleva con circunspección la mano al arete para hacérselo saber a su marido; el caballero que se está sobreexcitando con la mujer ajena y en cada oración que dice le coloca la mano en la pierna; el otro al que no le gusta el arranque y le solicita al tipo que se calme. De forma repentina el animador pide desatascar la pista y los bailadores, huyen en la oscuridad. Han llegado Marga y Lucho, la pareja de la exhibición esta noche. Ella no es la mujer fatal que gira alrededor de un poste de metal, ni tampoco es una de esas chicas que se pasan billetes de a cincuenta mil por triángulos rasurados en el prostíbulo La Isla de Barranquilla. Por paradójico que parezca, despide una mueca de sonrisa más bien amable; tiene un cuerpo magro, trabajado y se nota que domina lo suyo con destreza. Lucho, su compañero, a su vez, va mostrando un músculo tras otro, se ven las horas de gimnasio, a medida que se quita de su indumentaria de bailador de mambo. Lleva la cabeza rapada, quizá -pienso yo aquí- para que haga la mezcolanza perfecta como un gran adonis, con el gran amigo que se acomoda a citar. Cuando lo descubre, y no obstante están al otro lado del bar, la amiga de Sanjuanito comienza a trepidar ante la contingencia de que aquel otro calvo amenazador, lascivo, que ha surgido al ruedo, alcance a estar frente a ella, a exiguos veinte centímetros, como lo viven diversas mujeres presentes que arrojan aullidos de felicidad. La amiga de Sanjuanito se levanta y huye horrorizada al baño, abandonándome solo en el lance. Luego la pareja aparenta tener sexo en medio de la pista de baile. De la penumbra brotan exclamaciones de mujer, carcajadas masculinas. El sexo de la pareja de expertos artistas dela libido, bajo las luces, ha sido supuesto, a diferencia de otras parejas, en otros bares de menos distinción, que se entrelazan en un duelo legítimo, con un arrebatador final de lujuria e incontinencia de fluidos. Pero eso es lo de menos. El cometido de Marga y Lucho se ha cumplido al pie de la letra. De aquí para delante, ha empezado la indiscutible diversión. En los sofás, camas, futones ya hay parejas semidesnudas que culean sin pudor, incluso un par de discretos intercambios. Aparece Sanjuanito y me invita a la habitación de fantasías, donde las ingles se escaldan en este momento. Dos columpios amatorios cuelgan vacíos, pero al echar un vistaso al fondo, se divisa un par de nalgas que se agitan en una característica cadencia sexual. Es una mujer que está sobre su hombre a horcajadas, sin inhibiciones, pero no se quita la blusa. Entre la melodía estridente logro escuchar el suspiro de la mujer, tiene el resuello agitado, sus nalgas blancas van apresurando el meneo. Las miro claramente, se ven como la Luna, brilla con luz propia. Luego nos aproximamos a la cama generosa, enorme, casi el doble de una cama sencilla. Allí dos parejas, una de ellas Chamo y Mona, han emprendido el ritual de aproximación, se ve algo de supuesta vergüenza. Inicialmente cada pareja inventa lo suyo por su lado. El lugar se va colmando de gente, que están en la mira, pero en silencio. Luego las dos mujeres se tropiezan en medio de la cama y se besan con femenil delicadeza, mientras que sus maridos las observan a cada lado. Poco a poco ellas se van quitando la ropa, sin afán, pero con premura. Luego vuelven a ellos y disfrutan su sexo allí, cada uno por su lado, como un espectáculo para todos, sin modestia aparente, en este momento lo que quedaba de timidez ha desaparecido. Esta vez no hubo cambalache, por supuesto, el show quedo debajo de las expectativas del público y muchos se desperdigaron, estaban esperando algo mas caliente. La noche swinger va alcanzando su pináculo, otras cosas pasarán fuera del bar, entre esa corte de gente disímil que va surgiendo de las oscuridades como en una clandestina peregrinación de hechicería. Se habla de celebraciones de más de diez parejas adonde todo se vale. Odiseo y Terrana me refieren que hace poco fueron huéspedes de una fiesta en el apartamento de un amigo y que él terminó teniendo sexo con más de dos mujeres mientras ella lo observaba complacida. Yo me quedo en la barra del ADN con mi soda, mis reflexiones. Pienso en lo que he visto y lo cotejo con mis expectativas. Había sospechado hallar allí la adaptación de Somerton, ese palacete de orgías ocultas en que el doctor Bill Harford (Tom Cruise) pasa su mal rato, en la postrimera película de Kubrick, “Ojos bien cerrados”. Y claro que las cosas escaldan, unas noches más que otras. Pero, aun así, aun en ese universo de parejas que han resuelto redimirse, hay una letra pequeña, un código tácito, rígido, implacable. Entonces concluyo que hasta para tirar como loco se necesita ética. SWINGERS EN COLOMBIA Club Sauna Europeo Calle 76 # 16-2, Bogotá (2o piso) Hay cover y uno de los requisitos para entrar es el de quitarse toda la ropa y cubrirse con una pequeña toalla. No se acepta el ingreso de hombres solos.